Uno. Citi, el grupo bancario, canceló sus políticas de diversidad y me dio rabia enterarme. No porque mi humor dependa del porcentaje de sus directivas, sino porque aquello sonó al reconocimiento de una impostura. ¿O sea que nunca os creísteis mucho lo de la igualdad? ¿O sea que la agotadora discusión sobre qué significa ser buenos en el siglo XXI estuvo condicionada por políticas corporativas más bien hipócritas? Lo de hipócritas es un juicio moral, sí. Me lo permito porque lo de Citi no ocurre en 2023 sino en 2025.
Dos. Tampoco es cuestión de ensañarse con Citi. El desfile de las tecnológicas en la toma de posesión de enero dejó al mundo estupefacto. A los consultores de diseño de marcas: ¿qué pasará en el próximo giro político? Me da curiosidad.
Tres. Yo sabía que hay un concepto para las palabras que significan una cosa y su contraria, pero no recordaba cuál era. Así que lo he buscado, ¿eh?, no quiero que parezca que me pongo profesoral. La palabra es «autoantónimo» (decepcionante morfología).
Pensé en los autoantónimos por la actualidad de la palabra «romanticismo». Me explico: Ted Gioia, maravilloso historiador de la música del siglo XX, habla del romanticismo para llamar a la rebelión contra los algoritmos, la IA y su efecto achatador sobre el mundo. En 1770, argumenta Gioia, el romanticismo combatió el antihumanismo iluminista. En 2025, el rodillo tecnológico-racionalista es peor. Iguala textos, canciones e ideas y conduce al conformismo estético, al tedio vital y a la paranoia política. Véase: Gaza Trump. La palabra «romanticismo» aparece como un eco de la palabra «indignaos» en la época de Stéphane Hessel.
En torno a su tesis aparecen citas de Ortega, de Pynchon y de las películas de superhéroes, en las que el villano modelo es un empresario tecnológico vestido de sport. No por una conspiración woke contra Elon Musk, sino porque ¡el algoritmo! ha detectado esa demanda.
Pero «romanticismo» también aparece en un ensayo de un crítico de arte, Dean Kissick, en Harper's Bazaar que se ha colado en el centro de la discusión y con el sentido contrario. Kissick dice que: 1) los artistas siempre se preguntan qué sentido tiene lo suyo. 2) Hace años, alguien contestó «el arte lucha contra la injusticia» y sonó bien. 3) Sonó bien pero no gustó a nadie fuera del pequeño mundo. Parece recitatorio, lleva a la irrelevancia del arte y (larga elipsis) anima a votar a Trump. 4) El arte volverá pronto a buscarse un sentido más inefable y verdadero: lo sublime-romántico. «Romanticismo» ya no es rebelión sino retirada.
Cuatro. Otro autoantónimo en el que caí al leer del pacto Junts-PSOE es «nosotros». Decir «nosotros» también es, evidentemente, decir «los otros».